Cumplir las normas, los preceptos, las leyes, los
mandamientos, no sólo es excelente, sino también digno de toda alabanza; pero,
ante Dios, no sólo es insuficiente, sino que, para muchos, puede derivar en un
estricto moralismo, en defecto de la fuerza insustituible del amor, que se traduce
en el don generoso de sí mismo; muchas veces a favor de los más desfavorecidos.
En estos casos se encuentra a faltar el empuje de San Pablo cuando escribe:
<< Yo estoy a punto de ser sacrificado>>.
En el libro
del Eclesiástico, leemos: << El Señor es justo, que no puede ser
parcial; no es parcial contra el pobre. (...) Los gritos del pobre atraviesan
las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan>>. Tal vez esto era lo que
le faltaba al fariseo, cumplidor estricto de la ley, que se envanece diciendo:
<< Ayuno dos veces por semana y pago el diezmote todo lo que tengo>>.
¿Por qué este hombre no volvió perdonado a su casa? La excesiva satisfacción de
sí mismo y el olvido de los otros podía ser la causa.
El cobrador
de impuestos que también debía cumplir, al menos en parte, la ley de Moisés, se
encontraba mal, insatisfecho de sí mismo, un pobre pecador. La causa de su
malestar no parece ser la escasa fidelidad a la ley. Más bien se dolía de las
injusticias cometidas en el ejercicio de su condición de cobrador de impuestos.
El dardo envenenado que le causaba tanto
dolor venía del daño causado al otro, de la injusticia cometida, de la falta de
altruismo y de amor en relación a los otros y, por consecuencia, también a
Dios. Por ello: << No se atrevía n i a
levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: "!
Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa justificado>>,
termina San Lucas.
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