Las lecturas de hoy nos invitan a
reflexionar sobre nuestro cuerpo: Primero los niños macabeos que ofrecen sus
cuerpos al verdugo para no desobedecer la ley de Moisés, y después, cuando en
el Evangelio, Jesús nos dice, que en el Reino, los justos serán como los
ángeles de Dios. El ser humano es muy complejo. Yo no soy el cuerpo, pero yo
tengo un cuerpo; este cuerpo que tengo es mi cuerpo. El sujeto a quien se
atribuye el cuerpo, es algo muy profundo, es el ser íntimo que llamamos el yo,
un yo muy concreto envuelto de una áurea espiritual, que toma espontáneamente
la responsabilidad de conducir el ser que somos, y todos sus actos. La
responsabilidad de un acto bueno o malo que lleva a cabo el cuerpo, no se
atribuye a él, sino al yo profundo. Así, pues, el cuerpo no es el yo, pero
forma parte de él.
No es verdad, por tanto, que el
cuerpo sea prisión material del alma, o que sea algo malo. Al contrario, alma y
cuerpo, estrechamente unidos, conforman la unidad de la persona y están
destinados a una misma suerte. Lo debía tener claro aquel niño macabeo, cuando
dijo: << Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos
muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna
>>. El verdugo podía profanar y aniquilar el cuerpo de aquel niño, pero,
en modo alguno, tenía acceso a poder hacer daño a la persona.
Podríamos decir que el cuerpo es el sostén,
ahora, del ser espiritual que somos, mientras que no tenemos claro que será de
él en el mundo que vendrá. Como dice Jesús: << En esta vida, hombres y
las mujeres se casan.; pero los que sean juzgados dignos de la vida eterna y de
la resurrección entre los muertos no se casarán., pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos
de Dios, porque participan de su resurrección>>.Valoremos, pues, nuestro cuerpo,
tengamos cuidado de su salud y eduquémosle, para que sea un buen colaborador de
nuestra alma.
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