El pueblo de Israel era un reino
desde Saúl, que no agradaba a Dios. Le sucedió David, a quien el Señor dijo: "Tú serás
el pastor de mi pueblo de Israel, tú serás el jefe de Israel. Todos los ancianos
de Israel fueron a Hebron a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto,
en presencia del Señor>>.
Jesús, humanamente descendiente de
David, heredó su reino y recibió la misión de apacentar (espiritualmente) a
Israel. El encargo de apacentar a Israel que había recibido Jesús, por voluntad
del Padre, abarca a todo el mundo, como
lo dice San Pablo a los Corintios: <<Demos gracias al Padre, que nos ha
hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido
la redención, y el perdón de los pecados>>. Ahora, pues, por voluntad de
Dios, Jesús es el Rey universal de todos los pueblos, con el encargo de
apacentarlos hasta la salvación final.
La dignidad real de Jesús era
reconocida públicamente en Israel, en su tiempo. Pilato preguntó a Jesús, sobre
esta cuestión que conocía todo el mundo, y él respondió: << Sí, yo soy
rey, pero mi Reino no es de este mundo >>. Los soldados que custodiaban al
crucificado también lo sabían: << ¿No eres rey de los judíos? Sálvate a ti
mismo y a nosotros>>. Su realeza fue el motivo de la condena: <<
Sobre él había un rótulo que decía: "el rey de los judíos >>. Uno de
los ladrones crucificados con Jesús, decía: << Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino>>. Jesús le
respondió: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso >>. Un
veredicto público y solemne en el ejercicio de su potestad real.
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario