Las personas más
despiertas, espabiladas y motivadas, de todas las tradiciones religiosas, se han
esforzado con fervor y diligencia para encontrar y explorar caminos de
perfección.
Por perfección entendemos el progreso constante y eficaz
en la purificación moral y ética y un crecimiento igualmente persistente en la
práctica de todas las virtudes. Para Juan de la Cruz el objetivo de toda
perfección es la unión con Dios.
Los caminos más transitados
en la tradición cristiana, han sido y son la ascética y la mística. Por la
primera se entiende el esfuerzo constante de la voluntad y la disciplina en la
mortificación para evitar el pecado y
las imperfecciones, al tiempo que
progresamos activamente en la práctica de las virtudes. Aunque se confíe en la
ayuda de la gracia de Dios y se cuente con ella, en la ascética el protagonista
es el hombre, puesto que es él quien tiene que ganar la perfección y la
recompensa.
El místico, por el contrario, sabe que el protagonista es
Dios, el único que puede comunicar perfección y dar acceso a la comunión, -sólo
da el que tiene- y propone una actitud de receptividad y de deseo, cultivando
una disciplina de limpieza de corazón, de pobreza espiritual y de silencio
receptivo. Esto nos da a entender que ambos caminos no son excluyentes, sino
complementarios, en el sentido del esfuerzo personal de purificación activa. El
místico, sin embargo, cree que la purificación también la hace Dios en los
corazones pasivamente dispuestos.
El Evangelio de Lucas (10, 38-42) nos ofrece una bella
síntesis de las dos vías: Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta
lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada
María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se
multiplicaba para dar abasto con el servicio. (...) El Señor le dijo: Marta,
Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo hay una necesaria.
María ha escogido la mejor parte, y no se la quitarán.
La ascética y la mística siempre convivirán como buenas
hermanas, ya que la primera no será auténtica si no desemboca en humilde
contemplación y en entrega gratuita de sí mismo al amor de Dios, y en la
mística no podrá, de ninguna manera, la disciplina del despojamiento interior y
el esfuerzo, para hacerse disponible y receptivo. La mística, sin embargo, es
la mejor parte.
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario