Cuando se trata de querer
conocer a Dios, el hombre de todos los tiempos, generalmente hablando, nunca ha
renunciado a utilizar el razonamiento y el análisis lógico, preguntándose sobre
la naturaleza, los atributos y los designios de Dios. Como sabemos, hay
Bibliotecas enteras, llenas a rebosar de libros sobre Dios.
Sin embargo, y sin negar el derecho y la legitimidad a
aquel colosal ejercicio, aparece desde la antigüedad, otra vía para acceder a
Dios, que parte del principio de que Dios es inaccesible para la mente humana,
hasta llamarle: Rayo divino de tinieblas
de la divina Supraessencia (Pseudo Dionisio). Este mismo autor recomienda a
un discípulo suyo: Abandona tu manera de
entender y esfuérzate para subir lo más que puedas hasta unirte con Aquel que
está más allá de todo ser y de todo saber.
San Juan de la Cruz tiene dichos tan explícitos como: Para venir a lo que no sabes, has de ir por
dónde no sabes; y aquella otra similar: Para
venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Queriendo decir que,
dado que no sabemos nada de Dios, el saber (intelectualmente hablando) no nos
sirve para llegar a saber algo de El, sino justamente lo contrario. En “la nube
del no saber" es donde podemos encontrar el conocimiento vital de Dios,
para llegar a la unión con él. Es un conocimiento místico que tiene lugar en la
fe, por mediación del cual, Dios se nos da a conocer de una manera inefable.
En (Subida al Monte Carmelo, libro II, Cap. 9, 5 final),
dice San Juan de la Cruz: Luego claro
está que el entendimiento ninguna de estas noticias (que provienen de los
sentidos, vía memoria) le puedo
inmediatamente encaminar a Dios; y
que para llegar a él, antes debe ir
no entendiendo, que queriendo entender; y antes cegándose y poniéndose en tiniebla,
que abriendo los ojos para llegar al divino rayo.
Abreviando, los grandes maestros de la mística proponen
abandonar la pretensión de querer conocer a Dios por la vía intelectual y de
encontrarlo con voluntarismo esforzado. En vez de eso, invitan a una
contemplación activa, enmarcada en el silencio de los sentidos y de las
potencias, que nos ayuda a vaciarnos y hacernos receptivos a los dones de la
iluminación y del amor gratuito de Dios.
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