Verdaderamente, en cada
uno de nosotros, todo depende de la "base de datos", es decir, de
nuestro pensamiento. Hacemos lo que pensamos. Somos como pensamos. Ahora bien,
el cúmulo de noticias que configuran un modo de pensar ha llegado a nuestra
mente por la vía de los sentidos y a través del filtro de una cultura concreta.
Ese conocimiento es apto para aproximarnos a la verdad física de las cosas y
para triunfar moderadamente en la vida temporal, así como en la relación
social. Pensar de esta manera, es pensar como los hombres. Así lo reprochó Jesús
a Pedro: Me quieres hacer caer, porque no piensas como Dios, sino como los
hombres (Mt 16, 23).
Hay, por tanto, otra forma de pensar: la de Dios, la de
ver las cosas como Dios las ve. Hagamos un poco de ejercicio comparativo para
ayudar a entender: el hombre piensa de manera demasiado absorbente en la vida
temporal, y Dios la ve como premisa para la eterna. Para el hombre lo
importante es la salud y la felicidad del cuerpo, para Dios la plenitud del
espíritu. El hombre busca el placer de los sentidos y siente repugnancia por la
prueba y el dolor, mientras que, con el sufrimiento bien asumido, Dios
contempla la purificación del hombre y lo conduce a delectaciones infinitamente
más elevadas. El hombre se mira a sí mismo y procura eliminar todo aquello que
le parece un estorbo, pero Dios ama y protege a su pueblo y quiere la vida y el
bien, no para uno solo, sino para todos. El hombre lo ve todo con el ojo
enfermo de su egoísmo y Dios contempla toda la creación con el ojo purísimo del
amor y la quiere conducir a la felicidad total, cuando hará un cielo nuevo y
una tierra nueva, como coronamiento de toda la creación.
Sin embargo, el reto del místico es aprender a pensar
como Dios, aproximarse lo más posible a ver las cosas como Dios las ve y, por
ello, le conviene prestar atención a la realidad, que es inamovible,
invariable. Nuestra conciencia normal -diríamos cultural- basada en
conocimientos humanos, limita drásticamente los horizontes del pensamiento y
empobrece la visión interior. De ahí la preferencia de los místicos por una
conciencia cósmica, a la que han tenido acceso sólo los humanos más
desarrollados, abiertos y bien dispuestos; los más libres del "ego".
Consiste aquella conciencia en la percepción de la unidad
total, presente en el cosmos y del cosmos con el Uno, sin segundo. Es
comprensión de la unidad del proyecto universal y eterno: Dios en todo y en
todos, y todo y todos, en Dios. Es la experiencia mística. La iluminación. En
el proceso evolutivo, algún día, toda la humanidad llegará a esa conciencia.
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