Quién hay que no esté en
actitud de búsqueda? Puede que
encontrásemos a alguien que vive repanchigado en su presente, sin ilusiones,
sin ambiciones, sin previsión de futuro, ignorando a los demás y a lo que
sucede en su entorno. Sabemos, sin embargo, que ésta no sería una manera
positiva y fructuosa de vivir. La mayoría de los mortales, por tanto, vive en
actitud de acceder a lo que todavía no tiene y que entiende como conveniente
para sí mismo.
Nuestra investigación sólo se puede encaminar en una de
dos direcciones: horizontal o vertical. La primera sirve casi exclusivamente
para nuestra vida carnal, temporal, transitoria, efímera y consiste en
procurarnos medios suficientes para la supervivencia digna y, si es posible, halagadora,
en el marco social donde nos toca vivir. Es una intención legítima y
enriquecedora, a condición de no convertirla en el objetivo y la pretensión
finales de nuestra vida. Si esta condición no se cumpliera, restaría frustrado
y vacío nuestro núcleo central.
Por dirección vertical, entendemos cuando la búsqueda se
encamina hacia Dios. Así que el pueblo de Israel llegó muy cerca de la tierra
prometida, al este del Jordán, Moisés explicó la ley que deberían cumplir y,
entre otras muchas cosas, dijo al pueblo: "Entonces,
allí mismo, buscarás al Señor, tu Dios. Y, si lo buscas con todo el corazón y con
toda el alma, lo encontrarás". Según ese precepto, poseer la tierra
prometida no era el destino último del pueblo, sino sólo un medio para
encontrar a Dios, porque en ese lugar tan deseado y tan rico que
"chorreaba leche y miel", el pueblo tendría que sufrir desgracias
incontables que impedirían la felicidad deseada. Era necesario que recordaran
que su felicidad total dependía de la unión con Dios desde el inicio hasta
más allá de la vida, tal como Moisés les recuerda: "Durante todo el camino que habéis pasado en el desierto hasta
llegar a este sitio, el Señor, su Dios, le ha llevado a cuello, como un padre
lleva a su hijo".
Nuestros místicos han entendido y han vivido plenamente
este mensaje bíblico, hasta el punto de negarse a poseer nada y contentándose
con servirse de todo lo necesario, sin permitir que ni la voluntad ni el
corazón, se comprometieran en nada. En San Juan de la Cruz leemos: "El
alma que se detiene y apacienta en otros extraños gustos y, (...) no se contenta
con solo Dios, sino que quiere entrometer el apetito y la afición de otras
cosas, se hace incapaz del espíritu divino ". Permitidme que acabe con los
versos de San Juan de la Cruz, titulados: "Suma de perfección":
Olvido de lo criado,
memoria del Criador,
atención al interior,
y estarse amando al Amado.
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