El canto al Señor, que
propone San Agustín en su comentario a los salmos, es una oración depurada y
sublime, por eso dice: Él no quiere lo que no es armonioso. Cantad bien,
hermanos. Y se pregunta: ¿Quién ofrecerá a Dios un buen canto? ¿Cuándo puedes
ofrecerle un cántico tan perfecto que no desagrade en nada al oído perfecto de Dios?
La respuesta de Agustín es bien sencilla: Mira, él te enseñará la manera: no busques
palabras, como si pudieras explicar lo que deleita a Dios, canta con
exultación. Cantar con exultación es cantar bien al Señor.
A continuación el Santo, para explicar qué es cantar con
exultación, se desahoga con un lenguaje bucólico, rememorando como cantan los
que siegan o vendimian, ante una buena cosecha; los cuales, cuando están llenos
de un regocijo tan grande que no lo pueden expresar en palabras, prescinden de
ellas y comienzan a expresarse haciendo sólo una melodía exultante. Y dice: Esta melodía sola, es un sonido que nos
hace entender que el corazón da a luz algo que es imposible expresar.
El gozo más profundo de nuestro corazón ocurre cuando
pensamos con serenidad en el Dios inefable que somos incapaces de concebir y más
aún de expresar. Con todo, tenemos necesidad de referirnos a él como el centro
de atracción y de significado irrenunciable para nosotros y nuestras vidas. ¿Cómo
lo haremos? En ese momento es oportuno omitir en nuestra oración las palabras,
y convertirla en una atención amorosa, que no encuentre ninguna barrera de
palabras o de conceptos, que interfieran entre la inmensidad de nuestra alegría
y Aquel que es su fuente. Quizás también nos sería permitido expresar nuestra
alegría con una melodía sin letra, como lo hacían los que trabajaban en la
siega o la vendimia. ¿No es ésta una interpretación muy humana y al alcance de
todo el mundo de la llamada por los místicos oración de contemplación?
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