"La Sabiduría es
resplandeciente y no acaba nunca. Los que la aman llegan fácilmente a
contemplarla; la encuentran todos los que la buscan: ella misma se hace conocer
a los que la desean".
Lo primero que hay para acceder a la sabiduría es tener
noticia, algo que se hace por la fe. Ni la ciencia, ni el arte, ni la técnica, ni
ningún otro ingenio humano es capaz de abrirnos las puertas del divino
habitáculo de la Sabiduría. Aquel que cree, sin embargo, tiene noticia, aunque
oscura, de Dios, que es la Sabiduría universal y absoluta.
El segundo paso que hay que dar es el deseo. Como la noticia es de algo bueno
infinitamente, que nos es favorable, que incita nuestro interés, un interés
intenso, ardiente: un deseo de poseerla, de identificarnos con ella. Un deseo
que es comparable a la sed: "Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios
mío". El deseo es un regalo de Dios, como lo ha sido la fe, y es señal
evidente de que estamos llamados a encontrar la Sabiduría. Si aquel deseo es
recibido con alegría y fomentado por nuestra respuesta activa, si le damos
entrada y espacios en nuestra vida, irá creciendo hasta que se volverá amor por
la sabiduría.
El amor por la sabiduría es el tercer paso, que nos hace
tomar contacto directo con ella: "Los que la aman, llegan fácilmente a
contemplarla". Quizás es en este momento cuando se dan las primeras iluminaciones:
percibir ténuemente, pero segura, el sentido profundo de Dios -un cata de su
naturaleza divina- y percibir también el sentido profundo de ti mismo y de las
cosas; no como fruto del discurso personal, sino como una luz recibida desde
fuera.
Entonces es cuando la persona empieza a moverse buscando
con más interés: lectura, silencio, oración. La perseverancia hace encontrarla: "La encuentran todos los
que la buscan".
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