En la relación personal
con nuestro Dios, además de la oración vocal, que practicamos regularmente
cuando recitamos los salmos o acudimos a otras prácticas de devoción, nos será
provechoso y reconfortante adentrarnos de vez en cuando en la práctica que
llaman oración del corazón.
Entrar en silencio activo ante Dios, es como guarecerse
al sol cuando se necesita calor; es estar quieto, ocupado sólo en dejarse
acariciar y calentar. Este silencio en la presencia de Dios es semejante a la
quietud de la tierra reseca, al empezar a caer la lluvia suave y amorosa, que
la sazona.
Podríamos estar así, en silencio, sin pedir nada, sin
pensar nada, sin desear nada. Sólo estar. Ejercitar sólo la fe, con un acto
voluntario y simplicísimo de aceptación de lo que ni vemos, ni entendemos. Una
fe que puede muy bien ser oscura: el contenido es como una caja cerrada.
Sabemos que contiene un tesoro, pero no sabemos cómo es él. Sabemos que nuestra
fe es la aceptación de Dios mismo, que contiene a Dios. Pero no sabemos cómo es
Dios.
La misma fe ya incluye un conocimiento oscuro de Dios
como el Bien, como el Bien Absoluto, como la fuente de todo otro bien .Y surge
el amor, que es como un impulso también oscuro, como un impulso que no es
necesario que sea sensible.
La sensibilidad no nos ha sido dada para captar las delicias del espíritu. Un
impulso hacia el Bien que nos es favorable, que es el Bien para nosotros y para
toda la creación. Es la hora de dejarse empapar por el amor. San Juan de la
Cruz llama a este estado como "atención amorosa y sosegada en Dios".
¿No será la vida futura entrar plenamente en la simbiosis del amor de Dios con
las criaturas?
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