Si en nuestra conducta
espiritual somos partidarios de una ascética casi exclusiva y, en consecuencia,
padecemos de un moralismo excesivo, el resultado es que, sin darnos cuenta de
ello, nos atribuimos a nosotros mismos el progreso en las virtudes, el crecimiento
interior e incluso nuestra futura salvación. Por el contrario, Jesús nos anima
a conocer y desear su don: "El que bebe del agua que yo le daré no tendrá
sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que
salte para vida eterna". (Jn.4, 14).
La fuente de agua viva es el Espíritu del Señor, el
Espíritu Santo. San Cirilo de Jerusalén nos comenta por qué el don del Espíritu
es comparado con el agua: "Porque el agua es la que lo mantiene todo: hace
germinar las plantas y conserva la vida de los seres vivos, baja del cielo en
forma de lluvia y tiene unos efectos multiformes: (...) es diverso el efecto en
una palmera o en una cepa, pero el agua lo es todo en todas las cosas; la
lluvia se adapta a la estructura de los que la reciben, y para cada uno se
convierte en lo que le conviene. (...) Del mismo modo, también el Espíritu
Santo, que es único, (...) por voluntad de Dios y en nombre de Cristo, hace
muchas acciones admirables. (...) Porque emplea la lengua de un hombre para
comunicar la sabiduría, e ilustra la mente de otro con la gracia de la
profecía, (...) reafirma la templanza de uno y enseña a otro lo que atañe a la
misericordia; adiestra a éste a ayunar y a soportar el ejercicio de la vida
ascética; a aquel a despreciar las cosas del cuerpo".
Esta doctrina nos invita -nos obliga incluso- a devaluar la
importancia de nuestro esfuerzo para el proceso de perfección y a confiarlo
decididamente a la fuente de agua viva que nos prometió el Señor. Nuestra tarea
se reduce a desear esa fuente, a exponernos confiadamente a su acción y a pedirla
con perseverancia, teniendo en cuenta que -como dice también san Cirilo-
"Su llegada es suave y leve; su sensación blanda y agradable; su yugo es
ligerísimo. (...) y viene con entrañas de protector auténtico, porque viene a
salvar, a curar, a enseñar, a fortalecer, a consolar, a ilustrar los
entendimientos; primero el de aquel que lo recibe, y después, por obra de él,
el de los otros". ¡Que bueno, si los agentes de pastoral entraran
decididamente en esta dinámica propuesta por san Cirilo!
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