San Juan de la cruz, en
su Cántico Espiritual y, aquí y allá, en el resto de sus obras, nos presenta a
Dios como el que queda escondido al alma, y que sólo lo puede encontrarlo
buscándolo en la oscuridad de la noche espiritual. No es que Dios se esconda o
se aleje de nosotros, sino que su presencia, siempre inmediata, nos queda como
recóndita debido a nuestra incapacidad para percibirla. Él, es tan otro ser,
está tan fuera de nuestro alcance, que no hay en nosotros ninguna facultad,
sensitiva o espiritual, capaz de detectar la presencia o la ausencia. En
efecto, Juan de la Cruz afirma que ni la aridez es signo de su ausencia, ni la
consolación de su presencia; no está más escondido ni más lejos, ni tampoco más
cerca o más manifiesto, en un caso que en el otro.
Así pues, las experiencias de bálsamo interior o de
desolación se deben, o bien a la variante situación de la salud física o
psíquica y a sus manifestaciones emocionales, o sino, en el estado de
conciencia, según se encuentre o no en sintonía con la verdad y el bien. La
conciencia humana tiene capacidad de experimentar, en ella, la presencia del
bien y del mal morales y de sus efectos, porque son realidades que caen en el
alcance de la criatura racional, lo cual nos da una valiosa orientación: el
ámbito del bien se encuentra, sin lugar a dudas, en la dirección del BIEN INFINITO,
la santidad de Dios.
Es el mismo Juan de la Cruz quien nos desbroza el camino
por donde podemos abrirnos progresivamente al Dios presente y consentir
positivamente y en libertad su presencia y acción en nosotros. Este camino, el
único posible, es la fe despojada de todo apoyo intelectual o sensitivo, y el
testimonio de nuestra conciencia, cuando nos confirma que caminamos en
dirección al Bien:
"En una noche oscura,
Con ansias en amores inflamada,
¡Oh dichosa ventura!
Salí sin ser notada,
Estando ya mi casa sosegada.”
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario