Hay un conocimiento
discursivo, fruto del esfuerzo de la mente, que llamamos racional o cerebral.
Hay también un conocimiento afectivo, cordial, intuitivo; podríamos decir
directo e inmediato: es la contemplación, que podemos llamar pasiva en el
sentido de que excluye el discurso lógico y se concentra en recibir, ver y
admirar lo que ha recibido o lo que tiene delante.
La contemplación, pues, es un fenómeno natural innato.
¿Ha observado cómo el niño de pocos meses abre los ojos y mira atentamente todo
lo que tiene delante? Es contemplación. Allí no hay raciocinio sino sólo
percepción. Ese mismo niño toma el alimento sin pensar ni en la necesidad de
alimentarse ni en la obligación de los adultos de su cuidado. Él vive en una
pasividad activa, colaboradora con su entorno.
Toda la naturaleza es
contemplativa. El mundo animal recibe la forma propia, los instintos, las
habilidades; y el vegetal el follaje, la floración y los frutos. Los reinos no inteligentes acogen la presencia operativa de
Dios de una manera pasiva y automática. El hombre debe recibirla de forma
libre, inteligente y afectiva.
Si todo viene dado en la creación, nos viene dado también
a nosotros no sólo el entendimiento y la voluntad libre; también la vida
sobrenatural con el conocimiento de Dios y su amor. Hace falta tan sólo que,
como el niño, abramos los ojos y contemplemos llenos de admiración y de amor.
La contemplación receptiva y amorosa no nos dará un
conocimiento teológico de Dios, sino uno de experimental y afectivo. San Juan
de la Cruz compara este conocimiento con "La noche sosegada (...) en la
que recibe juntamente en Dios una abismal y oscura inteligencia divina". A
continuación aclara que ese conocimiento pasivo de Dios no es del todo oscuro
para el alma, como noche cerrada, sino que es "en par de los levantes de
la aurora". Como cuando empieza a clarear el día. Y termina San Juan de la
Cruz: "Porque es abismo de noticia de Dios la que posee. Este abismo de
noticia de Dios, a pesar de su claroscuro, es más vivificante que cualquier
otro conocimiento de Dios, obtenido con el esfuerzo de la razón.
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