La sabiduría es el
conocimiento intuitivo y directo de personas, cosas y eventos, así como del
significado de cada ser, con respecto al "todo global" y respecto del
sujeto que las contempla. Si se puede decir auténtica sabiduría es liberadora,
positiva y exultante. El pensamiento, cuando encorseta la mente y encoge el
espíritu, no es sabiduría, no lleva a la verdad y al bien, sino a la confusión
y al empobrecimiento espiritual. ¿Cómo podemos rehuir el peligro de una comprensión
desviada y falaz, alejada de la verdad, que termina en el estrangulamiento de
la libertad y da a un camino sin salida ni sentido?
Si de verdad tenemos sed del agua de la vida tenemos que
ir a sacarla en el lugar donde está, es decir, en el corazón de nosotros mismos
y de todas las cosas. Es el corazón de todas las cosas lo que está conectado
con el Océano infinito del agua de la vida: la Verdad y el Bien. Demasiado a
menudo, por pereza o por falta de orientación, nos quedamos en la superficie de
todo, o nos contentamos haciendo nuestros perezosamente las conclusiones
mentales a que otros, carentes también de sabiduría y enamorados de su
razonamiento discursivo, han llegado a duras penas. Para justificar nuestra vagancia y tranquilizar la propia conciencia, a aquellas conclusiones prestadas
llamamos doctrina segura, la hacemos nuestra y tratamos de adaptar a ellas la
vida. Así nos establecemos de manera sedentaria en la búsqueda del agua de la vida y
desistimos de probar su frescura siempre nueva, y de ir a por el manantial.
Bienaventurado aquel que no se conforma con los
conocimientos ajenos recibidos ni con los descubrimientos propios; que se
mantiene sediento de verdad y de vida, de luz y de sentido. Bienaventurado, si además,
sabe ver con mirada nueva todos los seres y personas que ya había visto ayer,
sin agotar su contenido de verdad y de vida, que todavía le falta y ellos
contienen. Bienaventurado, finalmente, si es capaz de acoger el mensaje que le
llega de toda criatura sin apropiarse de ninguna de ellas, de amarlas todas sin
abandonarse a ninguna, de mantener la libertad para compartir con toda la
creación la admiración y el gozo por la Verdad y la Vida, por la corriente
divina que circula por todos nosotros uniendo misteriosamente el destino de
toda la creación.
Es evidente que nada de todo esto se puede hacer sin una
cuidadosa atención libre de racionalismo, y sin el freno de una imaginación
incontrolada y superficial; ni tampoco, sin una actitud amorosa y humilde. El
acceso directo a la Verdad y la Vida, más que un proceso de investigación,
-como el de aquel que excava frenéticamente en busca de un tesoro- es un
estado de exposición, similar a la quietud receptora de una cámara fotográfica,
preparada para registrar el objetivo, en el momento y las condiciones
oportunas.
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