No es imposible, pero sí
infrecuente, conocer personas que, huyendo del bullicio y del ruido de su medio
acostumbrado, se visten informales y hacen camino hacia un lugar solitario, con
un solo objetivo: buscar el aislamiento y, en él, el silencio. Hartos de
ruidos, quieren escuchar el silencio, porque el silencio tiene su voz, una voz
para poner en contacto íntimo al oyente con los secretos más profundos de la
realidad objetiva.
La voz del silencio proviene del corazón de todos los
seres, y su secreto es la verdad objetiva, natural; la verdad misma de los
seres en su propio existir y en la relación mutua entre ellos: la verdad global
del universo. Una experiencia de silencio hace tomar contacto, antes que nada,
con la realidad auténtica del propio ser: el hecho de existir y la forma
concreta en que se existe. El silencio nos permite escuchar el latido del
corazón, las pulsaciones de la sangre y el ritmo respiratorio. En segundo
lugar, la voz del silencio hace perceptible la presencia desnuda, sin
calificativos, de todo lo que nos rodea, en su realidad primaria, en el hecho
de existir, y despierta un sentimiento de pertenencia mutua: nos abre al descubrimiento
de la unidad esencial.
Parece evidente, para conseguir escuchar el silencio, la
necesidad de acallar el alboroto de la imaginación y la desazón de la mente. En
cuanto a la imaginación, fácilmente se comprende por el alboroto interior que
impide, del todo, sintonizar con la voz del silencio. No es menor obstáculo la
desazón de la razón, que quiere saber causas y efectos, sentido de las
relaciones, beneficios o perjuicios y el por qué de lo que existe y de lo que
pasa. Así pues, sin parar el movimiento de la mente y de la imaginación, no es
posible escuchar la voz del silencio.
En cambio, si lo conseguimos, aunque sea por breves
momentos, el silencio nos abrirá el libro de la sabiduría y, como en una
revelación, comprenderemos la unidad esencial entre todas las criaturas, y de
todo el cosmos con su Principio absoluto y eterno. No sabremos escribir tesis
ni hacer discursos sobre Dios, pero tendremos la intuición del sentido global, el
nuestro propio y el de la convergencia cósmica de todo y de todos con Dios; al
tiempo que se nos abrirán los ojos sobre cómo debemos vivir y cuál debe ser
nuestra conducta moral.
Vivimos en un mal momento. La ciencia, la técnica i el
barullo inconmensurable de nuestra existencia, son el ruido más ensordecedor
que nunca ha sufrido la humanidad. Hasta el punto de impedir el acceso al
silencio y, por tanto, a la sabiduría. Al menos para la inmensa mayoría.
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