El Reverendo Cirilo era
un hombre inquieto. Nada de conformismos o de ir tirando. Siempre, desde los
últimos cursos de Seminario, quería avanzar deprisa hacia la perfección
sacerdotal. Quería ser santo –dicho en pocas palabras- y hervía de celo por las
almas, pues corría prisa ir a salvarlas. Ya sacerdote y con cargo pastoral, se
apuntaba decidido a todo tipo de movimientos espirituales y de corrientes de
pensamiento que le parecían en buena dirección, para el cultivo de su
espiritualidad; sin descuidar, por otro lado, los movimientos de apostolado que
en el transcurso del tiempo, salían y se ponían de moda.
Con respecto a estos últimos, se afanaba por llevar
feligreses a Ejercicios espirituales, a Cursillos de Cristiandad, a los Equipos
de matrimonios, a Movimientos de adolescentes y de juventud. No le pasaba nada
de largo, y cada una de aquellas cosas daba su fruto; no al nivel que él había
soñado, pero había valido la pena -pensaba.
Toda aquella fiebre de saber más y más cosas, de conocer métodos
y otros métodos, había que clarificarla, a ver que quedaba, al final. El
resultado no era demasiado alentador, porque, ni él mismo hacía progresos
sensibles, en cuanto a la madurez de su espiritualidad, a la unificación de su interior,
a su paz espiritual y a la purificación de su fe y caridad. Las personas
implicadas tampoco conseguían iniciar un estilo de vida nuevo o, menos aún,
llegaban a constituirse en levadura para fermentar la masa.
Se lo replanteó todo, de arriba abajo, y le pareció haber
encontrado una salida. Tanto en lo referente a su vida como a los métodos de
apostolado, se le hizo evidente que había que quitar importancia a corrientes
de pensamiento y métodos de espiritualidad y de trabajo. La vida –entendió- y,
con más razón la vida espiritual, es simple y se arraiga en el núcleo de cada
ser vivo. El lugar, por consiguiente, donde se encuentran las vidas, unas con
otras, es aquel núcleo sagrado, y de allí mismo nace toda transformación y crecimiento.
Encontrarnos entre nosotros en el corazón de la personalidad, no debe ser muy
diferente de cómo nos podemos encontrar cada uno de nosotros con Dios. Esta fue
la nueva perspectiva que se abrió ante su propia espiritualidad y ante su afán
apostólico.
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