La conversación ha
comenzado por aquello de: ¿cuál debe ser la verdadera religión, ahora que, en
nuestra tierra, comienzan a cruzarse diversidad de confesiones?
Yo he querido decir, de entrada, que la Verdad es una, y
que hay que distinguir entre Verdad y verdades; porque cuando hablamos de
Verdad, nos referimos a algo universal que radica en la esencia de cada una de
las cosas o personas individuales y las trasciende; que lo unifica todo en una
sola realidad, fluyendo de la Verdad eterna como de su fuente natural. Por el
contrario, si nos referimos a verdades en plural, queremos decir la adecuación
entre lo que pensamos de una cosa concreta y lo que ella es en sí. Por ejemplo,
cuando un hecho histórico fue idéntico a la noticia que tenemos de el, o cuando
el resultado de un estudio científico se adecua a la ley natural que
pretendemos explicar.
Leonardo
interviene diciendo: <De pronto, las diversas religiones son portadoras de
verdades -con toda probabilidad, unas más que otras- pero ¿no podemos saber si
alguna de ellas nos abre la puerta a la Verdad>.
<Ahora, yo -dice la Salomé- dejando de lado las
verdades me siento intrigada sólo por el deseo de conocer la Verdad y saber qué
camino nos lleva a ella>.
<Como -añado- la Verdad es única, universal, infinita
y eterna, no se puede expresar fonéticamente (con la palabra), ni gráficamente
(escritos o símbolos). Ella habita en el silencio, y en el silencio se comunica.
Fuera del silencio, donde uno escucha lo íntimo de sí mismo, de los demás y de
las cosas, sólo tenemos acceso a pequeñas verdades; nunca a la Verdad, en ella
misma>.
<Me parece razonable -añade Leonardo-, ya que la
palabra, la escritura y cualquier grafismo no va más allá del exterior de
personas y cosas, mientras que la Verdad reside en el centro todo>.
Salomé se muestra
entusiasma, porque le parece entender que el encuentro con la Verdad es una
especie de revelación. Como si por el contacto en el abismo del silencio con lo
esencial de todo lo que existe, el negativo de las pequeñas verdades
compartidas, se revelara claramente en el espléndido positivo de la Verdad
universal.
<Es una buena imagen -comento- para expresar el
sentimiento de libertad y de seguridad que experimenta todo aquel que ha sido
iluminado. Inmediatamente surge el deseo de compartir el hallazgo, de comunicar
a otros el tesoro. Desgraciadamente, así que la Verdad se traduce en
pensamiento y el pensamiento se quiere comunicar por medio de la palabra o de
un escrito, aquella Verdad ha salido del abrigo del silencio y pierde
ostensiblemente su esplendor. Cuando su voz llega al oído del otro o la
escritura a su vista, ya no queda más que una pequeña migaja de la Verdad que,
sin embargo, puede fructificar. Es el testimonio de la Verdad que dejó Jesús y
muchos santos; más concretamente, los místicos>.
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