Angnus Young, conocido
como el Rockero Heavy, en una entrevista hace unos años, explica haber recibido
de su padre un principio realmente importante, que no entendió en su momento,
sino más tarde, en la madurez. El principio decía así. <El dinero y la fama
no son tan importantes como el respirar. No te olvides de esto: lo esencial
sucede, y todo lo demás es prescindible>.
En leerlo pensé que, en tan pocas palabras, se contiene
toda una filosofía de vida y un itinerario espiritual evangélico, similar a la
espiritualidad de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Lisieux. Dicho de
otro modo: Hay una sola cosa necesaria, que nos es dada graciosamente, como el
aire que respiramos, y todo lo demás es prescindible. En lenguaje de San Juan
de la Cruz, suena así: <No quieras contentarte con menos que Dios>. Un
pensamiento que, de tan elemental y de sentido común, nadie se da cuenta; por
el contrario, todo el mundo vive de espaldas a él. Probablemente nunca nadie
nos ha comentado este pensamiento en el sentido de la opción más válida, más
segura y exultante para nuestra vida: no contentarse con menos que Dios.
Contrariamente, una observación superficial nos da a
entender que mucha gente tiene pasión por el dinero y por la fama, mientras que
pocos se esfuerzan por respirar adecuadamente y menos aún se dan cuenta de que
lo hacen, ni se sienten satisfechos y agradecidos por poderlo hacer. Tan sólo,
quizás, aquellos que respiran penosamente.
Lo esencial sucede y es gratis, como lo es el
funcionamiento regular y complejo de las funciones de nuestro cuerpo y el equilibrio
profundo de nuestro espíritu; como lo es la belleza relajante que proviene de
la naturaleza; como lo es la alegría de vivir ahora, aquí y con el compañerismo
de estas personas; como lo es, por encima de todo, la gratuidad de la presencia
amorosa de Dios.
La palabra respirar se habrá de entender en el sentido de
la cobertura justa de las necesidades, como cuando decimos "pan" para significar
el sostenimiento básico de la alimentación. En este sentido la tristeza nos
golpea y nos cae la cara de vergüenza, si comparamos nuestra situación con la
de los indigentes de la tierra. Por culpa de la borrachera de dinero y de fama
del mundo rico para aferrarse este mundo a las cosas prescindibles, los otros
pueblos no pueden respirar. Nuestros excesos son la cuerda que los ahoga.
Por desconocer esta filosofía o por quererla ignorar,
toda la humanidad vive desprovista de felicidad. Una parte, por defecto y la
otra, por exceso. El exceso produce demasiado ventilación y todos los demás
“excesos” que se quiera añadir, como serían el estrés, el insomnio, el
aburrimiento, los atascos circulatorios. Todo por “demasiado”. Y, como causa
principal, por muy mala conciencia. Mala conciencia y felicidad no son
compatibles; como tampoco lo es esta última con la falta de aire y tener que respirar con ansia, como un asmático.
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