Has caminado con nosotros desde el amanecer, Señor, desde nuestra infancia,
y has encarrilado nuestros pasos en una dirección precisa, hacia un horizonte
hermoso, pero lejano. Tu presencia junto a nosotros nos ha dado confianza y tu
palabra ha iluminado el sentido de la
gran peregrinación. Hacia media mañana, en la adolescencia, nos has abierto el
abanico armonioso y estimulante de las propuestas de futuro, que surgían
espontáneamente de la conversación mantenida, alternada con largos silencios,
para saborear el don de la amistad y la ilusión de un futuro espiritualmente
espléndido y compartido contigo y con todos.
Hacia el mediodía, de la
edad madura, nuestra relación contigo había alcanzado una fuerza muy grande. Se
trataba no sólo de saber que tu compañerismo, durante el viaje, nos era
indispensable, sino también constatar el nacimiento de una amistad que había
que consolidar y hacer definitiva. Había nacido el amor. Nos habías abierto el
sentido de las Escrituras y, en ellas, nos invitaste al mundo del inmenso e
inconmensurable amor de Dios.
Por la tarde nos ayudaste,
con la presencia, con la implicación personal y con la palabra, a soportar el
cansancio, la aspereza de los senderos, los imprevistos, las tormentas y vendavales,
y todos los demás sustos. Ocasionalmente, nos has curado las heridas, nos has
consolado de nuestras tristezas y nos has convencido de no desistir, pase lo
que pase, hasta alcanzar el horizonte que nos habías propuesto.
Ahora, al atardecer de
nuestra ancianidad, Señor, quédate con nosotros. Te lo pedimos con fuerza.
Perdona, Señor: te pedimos eso, no porque temamos que tú peligres, solo, en la
oscuridad de la noche, ya que tú eres la luz del mundo. Te lo pedimos por
conveniencia nuestra y porque nos duele quedarnos sin ti. Ya se hace tarde y
comienza a anochecer. Nos da miedo la noche con su oscuridad y su frío, sin tu
compañía. ¿Como podríamos superar todo ello sin tu presencia, sin el calor de
tu proximidad y sin tu palabra llena de verdad y de esperanza?
<< Quédate con
nosotros -insistimos - ahora que se hace tarde y el día va de caída
>>, porque todavía quisiéramos
sentarnos junto a ti en la mesa, con el fin de compartir el pan, y la palabra
propia de comidas entre amigos. Debemos confiarnos aún mutuamente muchas cosas
más, y nos falta escuchar de tus labios aquellas intimidades que sólo se
revelan en voz baja a los amigos, durante los momentos sagrados de una
despedida definitiva. Y, después de cenar, quédate con nosotros todavía, hasta
que podamos ir contigo allá donde tú vas. Señor, !quédate siempre con nosotros,
por favor!
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