Dios no tiene nada. No
tiene forma ni figura, porque, si la tuviera, quedaría limitado en el tiempo o
en el espacio. Quizás en ambas cosas. Dios es, existe. Es la existencia
simple y pura por sí mismo, la existencia sustancial. La naturaleza de Dios es
su existencia. Dios es la esencia infinita necesariamente existente. Nada
existe que no proceda directa o indirectamente de la existencia de Dios. Él es
la fuente de toda existencia.
La existencia de Dios es
viva. Dios es la vida existente y es, por ello, la fuente de la vida. No
hay ningún tipo de vida que no tenga su origen en la vida de Dios. La inmensa
variedad, la riqueza y la belleza de la vida que nosotros conocemos son un
exponente del océano infinito de vida de donde toda otra vida mana, como de su
fuente natural.
Dios es la existencia viva
inteligente. Es la inteligencia universal y eterna. Es la sabiduría que
lo prevé todo, lo proyecta y lo lleva todo a la existencia. Dios, así como da a
participar su existencia a todo lo que hay, también da a participar su
sabiduría a las criaturas por él escogidas para que reciban esta participación.
Cada ser creado inteligente contiene una pequeña migaja de la infinita
sabiduría de Dios. No hay más inteligencia, en la inmensidad del cosmos, que
aquella que procede, por participación, de la infinita Inteligencia de Dios.
La Existencia de Dios es
personal. Queremos decir que Dios es persona, entendiendo con Boecio,
que "persona es el sujeto individual de naturaleza racional". Podríamos decir que Dios no es algo, por
perfecto o infinito que fuera, sino que es alguien; es decir: sujeto individual
de naturaleza racional, dotado de vida interior inalienable, pero esencialmente
en relación. ¿Como no deberíamos hablar de Dios personal si algunas de sus
obras más perfectas son también personas?
Dios es amor. La palabra humana amor es la que mejor
nos puede hacer entrever el misterio más profundo de Dios: la relación íntima
entre el Padre y el Hijo a través del Santo Espíritu, y el comportamiento de
Dios con las criaturas racionales y, de alguna manera, con todos los seres que
él ha creado. El amor de Dios hacia afuera de él se hace evidente en la venida
del Hijo que nos revela el amor del Padre y nos enseña a amar al prójimo,
amándonos unos a otro como él nos ha amado.
Finalmente: Dios que es
amor -que es el amor- es también la fuente del amor. Por ello, todo amor de
nosotros hacia él y todo amor entre nosotros, procede, como toda gota de agua
nace del arroyo, del Dios amor. Podríamos decir que el amor verdadero, al igual
que la vida y la existencia sigue un circuito preestablecido, seguro y eficaz:
de Dios a mí, de mí al otro, y del otro a Dios.
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