Brazos alzados, parecen;
manos arriba con actitud suplicante, tantas ramas desnudas de viejos y de
jóvenes árboles de hoja caduca, que pueblan los bordes lozanos de los ríos
pirenaicos. También los vemos bordeando caminos y acequias de regadío o sirven
de señal y separación entre prado y prado. Son almezes y chopos. Hay también
alisos, olmos y algunos árboles frutales como nogales, manzanos, perales y
algunas higueras. El césped de prados y jardines se ve amarillento como si
hubiera sucumbido al riguroso invierno.
A pesar de las severas
apariencias la vida no se ha rendido. Al contrario, se ha concentrado en raíces
y corazón y se prepara con fuerza impresionante, para reaparecer con esplendor
y generosidad, cuando el equinoccio primaveral entregue su impacto beneficioso.
De igual manera, nuestra
vida interior. Un tiempo de depresión, una enfermedad impertinente, una
relación frustrada, un contratiempo económico o laboral y, a veces, alguna
causa desconocida, nos hacen sentir como rodeados de una apatía insoportable y
de una falta de horizontes y de sentido, pesados como una losa.
Es la hora de buscar las
raíces, de bajar al fondo de nosotros mismos para encontrar el cobijo donde se esconde
la raíz de la vida. Comprobaremos allí que la vida es indestructible, que es
bella, que permanece atenta al signo propicio más imperceptible, para ponerse
en movimiento y manifestarse con todo el esplendor de su generosa riqueza. Tras
una crisis así, puede pasar como en la naturaleza: las hojas de otoño eran
decrépitas y envejecidas, las de primavera serán nuevas, llenas de savia y de
promesa; las antiguas se convertían en un estorbo para el árbol, las nuevas le
aportarán oxigenación y vitalidad. Nuestras crisis, vividas positivamente, con
serenidad y paz, con paciencia y esperanza, contribuirán a una mayor
experiencia, a un discernimiento entre lo que es inmutable y lo transitorio.
Nos traerán novedad, que es hacia donde se dirige invariablemente la vida.
En cuanto a la vida
cristiana, bien sabemos que el despojo interior por el arrepentimiento y la
conversión, por la pobreza espiritual y el reconocimiento de las deficiencias y
limitaciones nuestras, el retorno de algunos comportamientos o actitudes
erróneas tienen la aspereza de los días breves y fríos de invierno, como para
Jesús la pasión y la muerte; pero también, como en su caso, son preludio de
vida nueva, en la libertad y el gozo de los hijos de Dios.
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