Salgo de casa cuando son
las once y media de la mañana. El cielo se ve sereno, con alguna nubecilla
solitaria deambulando al capricho perezoso de una ligera corriente de aire, que
me imagino parecida la que se nota aquí, en el suelo, donde los nuevos tallos de
hierba se balancean armoniosos, formando círculos y remolinos, girando
suavemente como bandadas de pájaros; o como bancos de peces bordeando
arrecifes. El verdor de aspecto aterciopelado, que cubre los prados de la
ribera, se ve salpicado de botones de oro. Es la flor del diente de león,
abierta al rayo del sol.
Todo es movimiento: el
tráfico humano y la circulación rodada, el río salmeando bajo el puente, el pájaro
que hace silbar el aire, volando, o el otro que trina, saltando de rama en
rama; también la lagartija y el pequeño insecto que se desliza al verte pasar.
Yo mismo me encuentro como montado en una montaña rusa, tomando parte activa en
todo este festival de danza y de color.
¿Dónde está la fuerza
secreta que mueve todo este conjunto? ¿De dónde procede tanta vida, tan
diversa, todo ordenado, complementario, lleno de sentido? ¿Quién es el director
de este espectáculo viviente, donde cada espectador es artista y cada artista
espectador? El mundo virtual quiere imitarlo y lo llaman interacción: a
distancia, sin contacto ni calidez, sin realidad. Virtual.
Y lo veo lleno de causa y
de sentido, de fundamento, de fuente, de presencia, de amor, de Dios. Contemplar es percibir, sentirse
presente, admirador, cómplice, interactivo. Contemplar es dar paso humildemente
a la irrupción de la verdad inmensa, manifestada en la verdad tangible de
elementos incontables, configurando el puzle viviente de la creación.
Entre Dios y la creación
no hay distancia. La creación es presencia, es la presencia de Dios que actúa
ahora y aquí, en divina manifestación. Esto que contemplo es más que un espejo
donde se reflejaría la grandeza y la armonía del Creador. Es comunicación
instantánea de existencia, vida, armonía, inteligencia y sentido. Contemplar la
creación, formando parte de ella, con limpieza de corazón y mente receptiva, es
contemplar a Dios, sentirse unido a él y amado por él. Amándolo.
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