La Liturgia católica nos
invita, a menudo, a convertirnos. Nos preguntamos, empero, ¿qué es, que quiere
decir, convertirse? A menudo, entendemos erróneamente por conversión el
abandono de una vida inmoral, como cuando el bebedor deja el alcohol o el
lujurioso su mala vida, o bien cuando se supera cualquier defecto; casos en que
se produce un cambio parcial en la orientación de la vida, una rectificación
puntual. A lo más, una mini conversión,
la tímida expresión del deseo de una mejora moral. Pero la conversión no se
puede reducir al campo de la moral, al contrario, cae de lleno dentro del
comportamiento teológico; incluso psicológico.
Conversión, por tanto,
significa transformarse, devenir diferente, invertir la dirección de toda una
vida, no de una parcela de la misma que se encamina al mal, a la nada. Aunque
sea en cosas menores, en actitudes ligeramente desviadas que se orientan a contracorriente
del bien y, por tanto, en dirección al mal. Si bien lo miramos una vida
errática hacia el mal, en un ser inteligente y libre, tiene su causa en un
error grave, en un espejismo que hace ver el mal como si fuera un bien, al
menos para el sujeto en cuestión, concretamente en el momento de tomar la
decisión. La causa, pues, que lleva al mal radica en la mente, fascinada por lo
que piensa le debe ser un bien. La fascinación engendra un deseo irrefrenable,
y el deseo lleva a la acción.
El error puede afectar a
las características básicas de una vida y conducirla por caminos de autodestrucción
total. El camino que ha tomado, fascinado por el error, lleva al mal total para
él y, de paso, para todo aquel o aquello que le es próximo. Hay también errores
restringidos a una faceta particular de la vida, que tienen, con todo, la
fuerza suficiente de impedir el equilibrio y la serenidad necesarios para una
vida feliz y una comunicación placentera; porque todo mal, por mínimo que sea,
es capaz de dañar el delicado equilibrio de un bienestar personal y de una
relación positiva con los demás. El bien y el mal, como contrarios, no pueden,
de ninguna manera, cohabitar. "El bien proviene de una causa íntegra
(total); el mal, por el contrario, de cualesquier defecto".
Convertirse, por tanto, es
ir a la mente para que se informe. Buscar la sabiduría para acceder al
conocimiento justo de las cosas. Así que aparezca la luz de la verdad sobre las
cosas, las personas y nuestro comportamiento respecto de ellas, sentiremos la
fascinación por el bien que se identifica con el seguimiento de la verdad.
Al llegar a la nueva situación, habrá
muerto en nosotros la fascinación por el mal que viene del error, y nos
encontraremos inmersos en la fascinación por el bien que procede de la verdad.
Nos habremos convertido. Ésta, pero, es una tarea para toda la vida para
alcanzar la perfección, si no se hace efectivo en nosotros lo que humildemente
pide el Salmista: "Convertidnos, Señor, y nos habremos convertido".
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