Lo misterioso de la
Providencia es el cómo. Con nuestra mentalidad de querer ver resultados
inmediatos nos desconcierta y nos causa perplejidad. Vemos cosas absurdas y
espeluznantes que pasan y la mano de la Providencia, aparentemente, las ignora
totalmente. Cuando un feto presenta malformaciones, por graves que sean, y por
traumáticas que se prevean las consecuencias para su futuro y el de suyos, Dios
no interviene. Si se produce una catástrofe natural, como terremotos, inundaciones,
erupciones volcánicas, los afectados lo pagan invariablemente con la vida o,
como mínimo, con sus bienes. En el caso de una gran hambre en extensas regiones
del mapa, aquellos desgraciados no pueden hacer otra cosa que conformarse con
su suerte y morir lentamente por desnutrición. Las víctimas de la violencia no
reciben ningún signo claro de protección divina y, en las guerras más crueles,
los más inocentes son los que pagan el precio más caro.
En otro orden de cosas, la Liturgia
dice que los corazones de los gobernantes están en las manos de Dios, pero,
desde tiempo inmemorial, no pocos de ellos han desencadenado impunemente
holocaustos escalofriantes y Dios no se ha hecho sentir especialmente. La misma
Iglesia ha permitido, incluso ha promovido, matanzas en nombre de Dios y en
defensa de la religión, como lo han hecho también -y lo hacen-algunas otras
confesiones religiosas, y Dios no lo ha contradicho manifiestamente.
A la vista de una experiencia
similar, sin excepciones en el transcurso de la Historia, muchos se preguntan:
¿Dónde está Dios? Y otros cabe preguntarse honestamente: ¿Qué es y cómo es la
providencia divina? Y hemos de intentar encontrar una respuesta que no sea
alienante o tal vez ofensiva para los mal tratados.
Para mí, la providencia
significa la presencia creadora de Dios, permanente, sin interrupción, en su
obra, conducir con eficacia hacia el cumplimiento final, al tiempo que respeta
la ley natural por él mismo establecida.
La obra de Dios no es Dios; por
tanto imperfecta y capaz de error y de perversión, muy especialmente a causa de
la libertad querida por el mismo Dios. La obra de Dios no ha terminado, se está
haciendo, y es en este "hacerse" sonde cabe, provisionalmente, el mal
y el error. El proceso evolutivo de la creación se dirige, creemos y esperamos-
hacia la perfección bajo la presencia creadora de Dios y, más desde la
perspectiva del Absoluto, se puede entender lo especialmente positivo del
momento presente. Y, con razón, se puede adivinar la perfección final hacia
dónde se encamina.
Pero ¿qué hacemos con el daño que se
ha generado durante el proceso? ¿Qué hacemos con todo aquello que no se puede
aprovechar? La obra de Dios, llevada a cabo con elementos materiales y morales
imperfectos, genera basura, y con ella, ya sabemos qué pasa. Alguien deberá
retirarla y dejar el terreno limpio. La obra de Dios acabará bien, aunque algo
o alguien se pierda por el camino.
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