Dios elige a quien quiere, y
conviene que el elegido acepte. Dice Isaías: <<Entonces escuché la voz
del Señor que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy,
mándame>> Y San Pablo, a los de Corinto: << Por último, se me
apareció también a mí. Porque yo soy el
menor de los apóstoles y no soy digno de
llamarme apóstol. (...) Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se
ha frustrado en mí>>. Antes que Pablo habían sido elegidos todos los
apóstoles y todos se incorporaron y dieron fruto, fuera de Judas, que claudicó.
Había que continuar la
tarea del Elegido por excelencia, porque: <<La gente se agolpaba
alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios>>. Ahora Jesús escenifica
la elección y el encargo con la pesca milagrosa y con estas palabras: <<No
temas; desde ahora serás pescador de hombres>>, dijo a Pedro. Los presentes se dieron todos
por incluidos en la misión: <<Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo
todo, le siguieron>>.
¿Hay que anunciar,
todavía hoy, la Palabra de Dios? Sí, por
más que muchísima gente se aglomera en los campos de fútbol, en las salas de fiesta, los aeropuertos,
los mítines políticos, a las protestas sociales, etc., todos ellos saben que
allí no encontrarán ninguna Buena Nueva que los haga más libres, los purifique
de las culpas o los llene de esperanza. Inconscientemente quieren inhibirse,
huir de ellos mismos o, tal vez, despersonalizarse. Todos ellos, más los que sí
se aglomeran ante personas o hechos espirituales (JMJ, Lourdes, Fátima, Plaza
de San Pedro) ponen de manifiesto la
necesidad urgente de elegidos de Dios, que les anuncien la verdadera Buena
Nueva.
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