Conocer a alguien en profundidad es una tarea casi
imposible, porque la intimidad personal es un mundo inmenso. Por más contactos
que hayamos tenido con una persona y por más que nos parece conocerla bien, un
imprevisto cualquiera o bien una reacción inesperada nos hace ver que el
conocimiento que teníamos de esa persona (los padres, un hijo, un amigo, el
esposo o la esposa) no pasaba de ser superficial. ¿Qué podemos esperar, pues,
si esa persona es Jesús?
La gente de
su tiempo sospechaba muchas cosas sobre la identidad de Jesús y, en general,
tenía un conocimiento superficial, insuficiente y, en muchos casos, equivocado.
Jesús, que quería llegar a una comunión íntima de amor con los suyos, les
pregunta: << Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo? Pedro tomó la palabra
y dijo: El Mesías de Dios>>. Podríamos decir que Jesús respiró profundamente
cuando escuchó aquella respuesta, y aclaró de inmediato que aquel conocimiento
era una revelación de su Padre.
Desde
entonces, nosotros los cristianos, sabemos que Jesús tiene una relación con
Dios única en la historia y un encargo del Padre, respecto a nosotros, sin
igual: Dios, que se había revelado a los padres por medio de los profetas,
ahora se revela en la persona del Hijo y nos hace entender con claridad su amor
inmenso y su proyecto de salvación. Por
medio de Jesús podemos acceder ahora a entender el verdadero sentido del amor
de Dios al hombres, como lo entendía el salmista cuando escribió: <<Tu gracia vale más que la vida
>>. Y también: <<A la sombra de tus alas canto con jubilo; mi alma
está unida a ti, y tu diestra me sostiene>>.
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