La raíz es el órgano
subterráneo, que hace la función vital de fijación al suelo del árbol o de la
planta superior, por una parte, y por otra, se encarga de la absorción de agua
y de sustancias químicas, que disuelve y envía a toda la superficie, para
procurarle vida y crecimiento.
Este fenómeno es imagen de lo que ocurre en el interior
del ser espiritual. En el fondo mismo de nosotros, en el núcleo de nuestro ser,
está el punto de contacto con el Ser supremo que le asegura la existencia, el
crecimiento, el sentido y la realización total. Es el lugar de la experiencia
de Dios. El contacto Dios - creatura es natural y tiene lugar en toda persona
humana. Tanto si toma conciencia, como si no. Es la forma como Dios es activo
permanentemente en toda criatura; en cada una, según su naturaleza.
Además, toda persona es invitada, sin distinción por
razones morales, ideológicas o religiosas a tomar conciencia de este hecho. Es
la experiencia de Dios. Está claro que Dios puede provocar extraordinariamente
una tal toma de conciencia, aunque éste no debe de ser, de lejos, el camino
normal.
Nuestra condición de seres inteligentes y libres nos da
la capacidad y los instrumentos para descubrir el secreto y acudir a la cita.
Para empezar, no podemos mantener la idea de un dios lejano, sentado en su
trono, ocupado en gobernar el mundo y sus criaturas, a perseguir a los malos y
premiar los buenos; utilizando ángeles como mensajeros y esperando el resultado
de la lucha de sus hijos contra el demonio. Dios no es así. Es el Dios con
nosotros, con el mundo, con todas y cada una de las criaturas, creándolas y amándolas
continuamente. Porque la existencia y la vida de las criaturas no es otra cosa
que la existencia y la vida de Dios comunicadas por él libremente y sin
interrupción.
Además de la aclaración de este concepto, la limpieza de
corazón, la moderación en las costumbres, la opción decidida a favor de la
verdad, la justicia y el bien, así como la disposición amorosa a favor de Dios
y del otro, desbrozan el camino ancho y confortable, que desemboca en la
experiencia vital de Dios.
Puesto todo esto, nos
faltaría sólo un espíritu contemplativo, que lleva naturalmente a la escucha de
nuestro interior y a la percepción pasiva de todo lo que pasa, tanto dentro de
nosotros como en el exterior. Es allí donde sentiríamos el aleteo del Espíritu
de Dios. Sería la experiencia de Dios.
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