Terminar la carrera y encontrar un buen empleo, constituía el primero y más
deseado objetivo de Estefanía y sus amigas universitarias. Después venía la
intención de formalizar relaciones de pareja, abrir un hogar y hacerse un
status económico, para sacar adelante una familia con las mejores condiciones
posibles. Todo el pequeño grupo estaba constituido por chicas jóvenes alrededor
de los veintidós dos años, carreras diferentes y común denominador de
honestidad reconocida y criterio sensato.
Estefanía compartía con
sus amigas muchas de las aspiraciones comunes, aunque su anhelo interior iba
aún más lejos. Se afanaba por encontrar un sentido más profundo a todo: la
carrera, el matrimonio, el hogar, el confort, el dinero, no dejaban de ser unos
bienes que, a pesar de ser apetecibles, permanecían fuera de ella misma. El
conjunto no tenía suficiente sentido. Ella misma era la que no tenía suficiente
sentido en medio de aquel proyecto. Admiraba hasta la emoción y la envidia las
personas consagradas y las voluntarias que dedican toda su vida a construir
vidas dignas de gente desamparada, en lugares de circunstancias deprimentes.
Siempre que se inquietaba
con estos pensamientos topaba con una gran contradicción: no se sentía con ánimos.
Definitivamente, no era su vocación. ¿Qué podía hacer, pues, en medio de esta
confusión? Un día se le hizo la luz: se dedicaría a bombear vida en forma de
interés para aquellas causas, en forma de amor incondicional y de recursos
económicos, para que los miembros más valientes, que se encontraban en primera
fila, pudieran hacer la transfusión.
Estefanía formalizó sus
relaciones con Ricardo, no antes, pero, de haberle informado clara y decididamente
de su opción personal irrenunciable. Hablaron de ello en profundidad durante
varias semanas, y Ricardo se avino al plan con claridad. Él también era
sensible y capaz de dar y de darse. Fue un proyecto de vida fundamentado en el
descubrimiento de un sentido excepcional para cada uno de ellos; primero, para
los hijos que vinieran y para el núcleo familiar, de rebote.
Ahora son un matrimonio
adulto con cuatro hijos. Sus carreras de arquitecto y psicóloga respectivamente
dan unos ingresos considerables, que les permiten aportar ayudas sustanciosas a
necesidades globales y concretas. La familia vive dignamente austera. Su lema
es: vivir con lo necesario, no desperdiciar nada, aprovecharlo todo, dar el
máximo posible. Ahora, en casa, ellos son los importantes (cada persona es el
máximo valor). Su riqueza son ellos mismos, y los bienes sobrantes -que son
muchos- sirven para que otros también sean, y sean importantes.
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