La oración debería y podría ser de lo más natural en nuestra
vida, porque, sólo el hecho de tener voluntad y conciencia de estar con el
Señor ya es una magnífica forma de oración. Como en el caso de Abrahán:
<< Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía
en compañía de Abrahán>>. Fue entonces cuando Abrahán tuvo ocasión de
suplicar al Señor por una causa bien concreta: << ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay
cincuenta inocentes en la ciudad ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por
cincuenta inocentes que hay en él?>>.
Y comienza
una larga súplica de intercesión de Abrahán por los habitantes de Sodoma, hasta
llegar a la suposición de que se pudieran encontrar diez justos. Contestó el
Señor: "En atención a los diez, no la destruiré". San Pablo nos
recuerda que, por la intercesión de Cristo, << Dios os dio la vida en El,
perdonándoos todos los pecados>>.
Jesús
remacha la necesidad y la eficacia de la oración de súplica, cuando nos
recomienda: << Yo os digo: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad
y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca halla, y al
que llama se le abre >>. Dios sabe bien qué necesitamos y nos lo quiere
dar. La oración de súplica prepara en
nosotros las disposiciones necesarias para recibirlo, y nos ayuda a elegir qué
tenemos que pedir.
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