Jesús no pretende hacer prosélitos. El invita a todos a
formar parte de una alternativa ilusionante, acompañada de promesas pletóricas
de felicidad. Se alista quien quiere: << Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna >>. Ya lo
sabemos: muchos rechazaron la invitación y algunos se opusieron directamente.
Leemos en el Apocalipsis, en una visión del futuro: << Yo, Juan, vi una
multitud inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y
lengua, de pie delante del trono del Cordero>>. Eran muchos, pero no
estaban todos. Muchos otros de los llamados no se había apuntado.
En tiempos
de los apóstoles pasa lo mismo. Pablo y Bernabé comienzan la predicación del
Evangelio en Antioquía de Pisídia: << Muchos judíos y prosélitos
practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos,
exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios>>. Algunos, sin embargo,
se opusieron: << El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oír la
palabra del Dios. (…) Pero los judíos
provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del
territorio>>.
Han pasado
los siglos y, en este misterio de la salud humana, no ha cambiado nada. Hay una
multitud de seguidores que conocen la voz del Pastor y le siguen. Es agradable
conocer y escuchar la voz de algunas de aquellas ovejas. Pero hay otra
multitud, quizá aún mayor, que pasa de largo porque no se ha querido seguir a
Jesús, no son ovejas suyas. Todavía hay otra parte de la humanidad que se
abalanza contra el rebaño y su Pastor, a veces con virulencia y mala educación.
En Antioquía de Pisidia, los Apóstoles << Sacudieron el polvo de los pies
como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo>>.
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